Llego a Mañeru cuando están despuntando las primeras luces del alba. Busco
un sitio para desayunar y no lo encuentro. Debo conformarme con un trago de
agua en la fuente. En una de las fachadas la silueta en forja de un peregrino me
indica en camino a seguir y lo sigo.
Que nadie espere mucha infraestructura en Mañeru. Es un pueblo pequeño, con una población de 382 habitantes. Antiguamente la población se media en "fuegos",
que supongo que aquivalia a una familia, o un hogar habitado. El número de gente
que se calentaba en el mismo fuego. A
cada fuego le correspondía aproximadamente
4,5 habitantes. Asi sabemos que la
población no ha variado demasiado desde la Edad Media, ya que en el año 1533 había 70 fuegos (315
habitantes), y actualmente vive un repunte en su población gracias a la
construcción de nuevas urbanizaciones y nuevas vias de comunicación, que le supone 382 habitamntes
La única
pena es que los datos demográficos hayan dejado de medirse en fuegos, para cuantificarlos en una magnitud tan anodina e ignífuga como el número de vecinos.
Pero si algo destacable tiene Puente
la Reina es el puente de la reina, valga
la redundancia, uno de los ejemplos de románico civil más señoriales de la ruta
jacobea. En él confluyen el camino artagonés y el francés.
Sobrio y elegante, tiene 110 metros de largo y cuenta con 7 arcos de
medio punto, el más oriental bajo tierra. Entre los arcos se abren unos
arquillos, a modo de respiraderos, que aligeran la estructura y permiten que discurra el
agua cuando el Arga baja crecido.
Fue levantado en el siglo XI, al parecer, por iniciativa de doña Mayor, esposa de Sancho III de Navarra, o doña Estefanía, mujer de García
Nájera, o alguna de aquellas reinas navarras, que ceñían enjoyadas coronas sobre sus
rubias cabelleras, pero para comer el cuto asado se apañaban mejor con las manicas que con la cuberteria de plata.
En Puente la Reina, villa medieval fundada en el siglo XII por
Alfonso I el Batallador, se funden las dos vías principales del Camino de
Santiago, la francesa y la aragonesa, según se venga de Orreaga/Roncesvalles o
de Somport.
Es uno de los mas estrategicos enclaves compostelanos y un claro ejemplo de "pueblo-calle" longitudinal, surgido arropando de la ruta jacobea. La estrecha rúa Mayor coincide con el trazado del camino y a sus lados apenas un par de calles secundarias por aquello de que algo tenia que haber detrás de las casas.
A lo largo de la calle mayor descubriremos joyas arquitectónicas
como las iglesias del Crucifico, Santiago y San Pedro, cada una con su cosa.
La iglesia del Crucifijo está presidida por una insólita cruz de
madera en forma de "Y". Según cuentan, fue donada en el siglo XV por unos peregrinos alemanes que la trajeron a
cuestas desde las lejanas montañas germánicas.
En la iglesia de
Santiago, destaca la talla policromada de Santiago apóstol, denominado
"beltza" no sé si por su por su tez morena, o porque está un poco
sucia por el implacable paso del tiempo, que todo oscurece.
Todo lo contrario le ocurria a la imagen de la Virgen
del Puy o del Txori, que se guarda en la
parroquia de San Pedro. De ella cuenta la
leyenda que era visitada a diario por un pajarillo (de ahí el nombre) que le
quitaba las telarañas con sus alas y le lavaba la cara con su pico después de
recoger agua del Arga y la dejaba reluciente como una patena, que daba gloria
verla.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.