Roendo uma laranja na falésia
Olhando o mundo azul à minha frente,
Ouvindo um rouxinol nas redondezas,
No calmo improviso do poente
Em baixo fogos trémulos nas tendas
Ao largo as águas brilham como prata
E a brisa vai contando velhas lendas
De portos e baías de piratas
Havia um pessegueiro na ilha
Plantado por um Vizir de Odemira
Que dizem que por amor se matou novo
Aqui, no lugar de Porto Côvo.
Rui Veloso
Porto Covo ha incrementado su popularidad a lo largo de los años
gracias a una canción del músico portugués Rui Veloso que describe sus días de
esplendor en las 'olas que brillan como agua'.
Porto
Covo es una freguesia del Concelho de Sines, en la Costa Vicentina de Portugal.
Siempre ha sido un pueblo de pescadores y hoy en dia sigue conservando ese aire
marinero, a pesar del desembarco del turismo.
Fue reconstruida después del terremoto de
1755 por el Marqués de Pombal, que tuvo la feliz idea de limitar la altura de las
casas a una altura, dos como mucho. Gracias a esta ocurrencia pombalina, y al
buen cuidado de los vecinos, el pueblo presenta una de las estampas mas pintorescas
del suroeste portugués.
Casas
encaladas con un blanco inmaculado, con sus zócalos de azul añil y sus tejas de
barro componen un conjunto urbano muy consecuente y agradable a los sentidos.
A todo
ello hay que añadir que la calle principal esta repleta de unas marisquerías de
agárrate y no te menees.
Felices daquelles que pintam
ou escribem
convencidos que isso os salvará.
Eu estaba perdido
e sabia-o
Al Berto
En el
patio de ese mismo castillo donde al parecer creció Vasco de Gama, asistimos a
la proyección de una película que recreaba la juventud del poeta portugués Al
Berto (1948-1997) en una improvisada
sala de cine al aire libre a la que acudió todo Sines. Y es que el poeta, cuyo
verdadero nombre era Alberto Raposo
Pidwell fue un claro referente en la
vida cultural del pueblo, donde paso la mayor parte de su vida.
Pero en
sus años mozos no debía ser tan apreciado este bardo maldito, cercano a la generacón
beat y al realismo sucio, según se narra en la película. Fundó una especie de
comuna en un caserón que perteneció a su acaudalada familia de origen inglés y
escandalizó a aquella pacata sociedad pueblerina de los años setenta con su
disidencia, su afición a las drogas y a los chaperos del puerto. Mucho tardaría en llegarle el reconocimiento como uno de los grandes poetas portugueses contemporaneos, esplendor truncado por una muerte prematura.
El hijo
más predilecto y afamado del pueblo de
Sines es Vasco de Gama, navegante intrépido que abrió para los portugueses la
llamada ruta de las especias. Este insigne explorador, que no era vasco pero la parecía, alcanzó la India rodeando el continente africano a través del cabo de Buena Esperanza, allí donde los
océanos Atlántico e Índico juntan sus agitadas aguas.
Junto
a las murallas del castillo de Sines han
erigido en su honor una estatua que mira hacia el mar, ese mar que con tanta pericia
surcó y tantas coronas aportó a sus abultadas arcas.
A pesar
de la fuerte ocupación industrial de parte del litoral de Sines, basta con
moverse un poco hacia el sur hacia Porto Covo, para encontrase con cantidad de playas
recogidas y calas paradisiacas, de fácil acceso, aunque de aguas frias y oleaje
bravío, como esta de Praia do Salto.
Una recomendacion gastronomica: la adega de Sines, situada
detras del castillo. Decoración art decó venida a menos. Comida
exquisita aunque con una carta muy reducida. Impresionante el pollo a la
brasa y las sardinhas. Y los precios irrisorios, el plato de sopa o la
ensalada apenas cuestan un euro.
Y lo mejor de todo es el personal que atiende, aparentemente varias generaciones de una familia de traca. Imprescindible.
La localidad de Sines
se asoma al mar desde un acantilado en forma de anfiteatro, cerrado al Oeste por
la Igreja de Nossa senhora das Salas y por el antiguo castillo árabe.
Bajo el acantilado, al
abrigo de un espigón, bulle el ajetreo de un activo puerto pesquero. A su lado
una playa urbana, bonita pero muy afectada por toda la industria pesada que se
levanta hacia el sur. Refinerias, petroquimicas, siderurgias han tallado irreversiblemente el perfil fabril de esta otrora marinera costa.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.